Desde que apareció en las cuevas hace más de 40,000 años, la humanidad ha usado la imagen pictórica como herramienta para contar historias y educar a sus pares. La imagen presenta la facilidad para sintetizar conceptos, incluso a pesar de las barreras del idioma. En la historia del arte, las pinturas de motivo religioso –conocidas como arte sacro por rendir culto a la divinidad– ha sido uno de los principales medios para lograr el adoctrinamiento de las y los fieles, la difusión de los mitos y la conversión de las y los no creyentes.
La exposición Alegorías de las virtudes. Arte sacro s. XVI-XX analiza el arte católico producido en la Nueva España y en los primeros siglos del México independiente, a partir de las obras de la Colección Ayala-Muñiz y del Museo de las Californias, con el objetivo de entender la potencialidad de la pintura como herramienta pedagógica, específicamente las virtudes que la educación eclesiástica impuso en el pueblo mexicano.
El cristianismo no permite la convivencia con otras religiones, por lo que, a su llegada al Nuevo Mundo en el siglo xv de la mano de los conquistadores españoles, ideó diversos métodos de erradicar y suplantar a las religiones americanas. Lograr la evangelización de los pueblos nativos era de suma importancia para las instituciones coloniales porque no sólo los educaban como súbditos a las nuevas autoridades políticas y clericales, sino que, en sus ojos, con dicha acción justificaban el sometimiento económico y territorial de los pueblos amerindios.
El arte sacro, especialmente la pintura, fue realizado por conocedores del credo católico y de las técnicas: miembros del clero, en su mayoría, o laicos educados bajo sus órdenes, por lo que, a medida que avanzaban los misioneros por el territorio mexicano, la pintura con motivos religiosos se expandió rápidamente.
La moral cristiana se basaba en el ejercicio de las virtudes, el rechazo a los vicios, la obediencia a los mandamientos y la práctica de la caridad como medio para la salvación. Las imágenes de los santos tienen como fin conducir a la persona devota al camino trazado por la divinidad, el cual se ajusta al rol que cumple en la sociedad. En la estratificada sociedad novohispana cada quien cumplía un rol religioso –ligado a su rol social y económico– que en muchos casos estaba determinado por su nacimiento.