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La casa me protege del frío nocturno, del sol de mediodía, de los árboles derribados, de los vientos de los huracanes, de las asechanzas del rayo, de los ríos desbordados, de los hombres y de las fieras.

Jaime Sabines, Doña Luz (XXI)

El retrato es un campo de batalla.

Cada vez que se pronuncian normas en teoría derivadas de consensos definitivos, las prácticas artísticas concretas colocan sobre la mesa –a veces en silencio pero con potencia –una infinitud de recursos, soluciones, vías de representación, escenarios híbridos, gramáticas y paradigmas visuales dependientes e interdependientes.

¿Qué pensamientos o ideas convoca la sentencia de que no existe novedad bajo el sol? Cuando lo nuevo parece irrumpir bajo ropajes del pasado, que en su desarrollo se transforman en sorpresa, aceptación, aprehensión, negación indeclinable, decepción, transformación: polémica, conflicto, unión, desunión, vida y muerte.

Verónica del Pino inició en 2004 una serie sobre su natal Chiapas, estado del sureste de México, titulada Raíces. En ella merodea, registra y observa sin decidirse a entrar en su zona de la infancia. En estas primeros escarceos existe la tensión entre una mirada convocada por el folclor y las primeras distancias críticas con respecto a éste.

Ahora, en el desdoblamiento de la serie, Verónica del Pino nos presenta a Isidra… Y a su casa, que es ella misma en múltiples objetos, perspectivas, aspectos y tiempos entrelazados. Vistos como si de una noción fílmica eisensteniana se tratasen.

Isidra aguerrida, Isidra inventiva, Isidra bisabuela, Isidra selva, Isidra Centenario.

Isidra árbol y sombra. Isidra catarsis de sí misma y de los suyos.

Isidra, poder matriarcal en toda su complejidad, amabilidad y fiereza.

Isidra proto profética, que acompañaba la venta de dulces con el regaño apremiante por la corrupción de dentaduras. Isidra en la tierra, Isidra que se apaga.

Isidra manos, partera de nietos y bisnietos, paredes, vestidos o artefactos estériles.

En la década de 1970, su vida encuentra unas firmas que la envían a casa. Y en esa fortaleza, la mujer que dedicó su vida al cuidado de los demás, de esta o aquella especie terrenal, recorre ese camino al revés de una manera nueva, hasta cerrar sus ojos para siempre.

 

Juan Alfredo Valles Arzate