La moral cristiana se basaba en el ejercicio de las virtudes, el rechazo a los vicios, la obediencia a los mandamientos y la práctica de la caridad como medio para la salvación. Las imágenes de los santos tienen como fin conducir a la persona devota al camino trazado por la divinidad, el cual se ajusta al rol que cumple en la sociedad. En la estratificada sociedad novohispana cada quien cumplía un rol religioso –ligado a su rol social y económico– que en muchos casos estaba determinado por su nacimiento.
Aunado a ello, el cristianismo se insertó en el «espacio afectivo» de la población nativa, en gran parte gracias a las imágenes religiosas de personajes como Cristo en la Cruz y la materna Virgen María, quienes brindaron esperanza a una población azotada por la miseria y la enfermedad.
Con la Contrarreforma (s. xvii), la Iglesia hizo énfasis en el culto a las imágenes religiosas como medio de dispersión de su fe y se exhortaba a la adoración tanto en los templos como en espacio doméstico. Las y los fieles procuraban tener la imagen de las principales deidades del panteón cristiano o de los santos de su localidad para rendirles tributo siempre que pudieran, pedirles favores, escapar de castigos y obtener indulgencias y perdón.
